sábado, 24 de abril de 2010
viernes, 23 de abril de 2010
DONDELOSPREDICADORES
DONDE LOS PREDICADORES
Id y predicad el evangelio a toda criatura; Marcos 16,16.
Oh Dios mío, cuando no es mi llanto el clamor que desde el cielo ha de darse a los hombres. Oh Dios mío cuando en mi seriedad no es el gemir y quebranto el predicar a los perdidos las buenas nuevas de evangelio.
Estudios maravillosos de la biblia tan necesitados para predicadores de calles y callejones, plazas y subterráneas, donde la pasión por quien no conoce a Jesús ha de ser dada y expuesta. Con la sinceridad que un desconocido, detectará sólo si el Espíritu Santo es quien le aborda, porque es usado el hombre o la mujer para transmitir ese poder de Dios, con el arrepentimiento que la semilla del evangelio, llevará a su corazón.
Y porque la Palabra de Dios, es viva y eficaz y más cortante que una espada de dos filos, y a la vez es virtud y poder de Dios, hagámosla correr. Como los ríos de agua viva.
Que el caminar diario te tenga en tensión sabiendo de la posición del que no conoce por convertido las Sagradas escrituras, y si las conoce como texto doctrinal, que sepa que le han de ser de pentecostés, de compromiso, de salvación.
Dónde el fuego del Espíritu Santo, que en estos tiempos debe fluir en los templos para que le nuevo futuro de los jóvenes salvos haga resplandecer como una nueva criatura, santa y apostólica.
Son tiempos de celo apostólico, sí, del expansivo proyecto de la fe, con hombres y mujeres capaces, por quien todo lo puede, el que dice, " y no te he dicho que si creyeres, verás la gloria de Dios".
El pentecostés no puede ser callado, no es tiempo de callar, de temor al qué dirán en la comunidad si tu decidido sentir y manifestar es el de obedecer al mismísimo Espíritu Santo. Es tiempo del despertar, donde voces autónomas, porque son dirigidas inclinarán sus rodillas. Como en los tiempos predichos por el profeta Joel, que en los últimos tiempos...
-Por eso pues, ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento.
Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días.-
Ahora nos preguntaremos si es que no has perdido el primer amor, si tú al ser joven tuviste pruebas evidentes en tu vida espiritual o ahora de mayor, por atrevido hombre de fe, expones tus más sagradas experiencias como regalo de Dios.
Hablo de la manifestación más exacta y pentecostal, por bíblica y evangélica. Incluso sabiendo que el miembro de tu congregación que está a tu lado parece ser diferente en la textura de su conversión. Entendámonos, y exijamos en materia de fe, el ser respetados y no despreciados, porque quienes no dicen creer al cien por cien las verdades de la Biblia, aún siendo miembros ministerialmente correctos.
En el poder de Dios no se es elegido democráticamente sino celestialmente. El suyo es un reino de virtudes, y los escalafones son bendición y prosperidad, y en santidad está el crecimiento que has de tener, con los llamados frutos del Espíritu.
Es tiempo de decidir que tu postura es evangélica, y de saber como decía Pablo, "yo sé en quien he creído".
Estamos siendo llamados como en parábola de las diez vírgenes, a mantener la santidad, en una evolución más que progresiva. Y porque el amor de muchos se está enfriando, seamos los santos, valientes en predicar y en no callar.
Utilicemos la terminología bíblica, que cumpliéndose no podemos olvidar. Posicionemosnos con los santos, con los que oran de rodillas, con los que predican por calles y plazas, y hablan nuevas lenguas. Alelgremosnos por los que no callan viendo el mundanalismo en las congregaciones, y hacen de profetas y atalayas.
Id y predicad el evangelio a toda criatura; Marcos 16,16.
Oh Dios mío, cuando no es mi llanto el clamor que desde el cielo ha de darse a los hombres. Oh Dios mío cuando en mi seriedad no es el gemir y quebranto el predicar a los perdidos las buenas nuevas de evangelio.
Antonio Martinez de Ubeda
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